No hay crecimiento infinito posible en un planeta finito. Se acabó el mito del crecimiento económico como condición sine qua non del bienestar humano. Hoy en día, si todas las personas vivieran como la ciudadanía vasca, se necesitarían tres planetas.
Imagen original: Mico Niemi (dominio público)
En este contexto interviene el término “decrecimiento“. Más que un concepto, es un “eslogan político” para romper con la ideología del crecimiento. El decrecimiento tiene que ser un vivero de ideas teórocas y buenas prácticas subversivas e innovadoras.
El significado profundo del decrecimiento (solo tenemos un planeta para vivier en paz y de forma equitativa) debe ser parte de cualquier movimiento social y político que aspire a la transformación de la sociedad.
La simplicidad voluntaria conlleva en tu vida diaria buscar el menor impacto ambiental con la mayor satisfacción personal y colectiva. Supone consumir mejor y menos, de forma más responsable, limitando el consumo de bienes materiales a aquellos que realmente necesitas. Significa luchar contra la obsolescencia programada y la sociedad del usar y tirar para orientarse hacia bienes durables y reutilizables. Supone tener un trabajo satisfactorio que dé sentido a tu vida y que suponga consecuencias positivas para la sociedad y la biosfera. Significa preferir una alimentación de temporada, ecológica y comprada a productores locales a unos alimentos procesados y comprados en el supermercado; priorizar una movilidad sostenible (andar, usar la bicicleta y el transporte público) sobre el coche privado; utilizar software libre en vez de programas propietarios, o, frente a valores de competición y de mercado, fomentar otros basados en la cooperación, el disfrute y el vínculo social y comunitario. La simplicidad voluntaria significa poner la vida en el centro de nuestros objetivos diarios y es un primer paso hacia el necesario cambio colectivo.
El horizonte es una sociedad capaz de prosperar sin adicción al crecimiento. Se debería redefinir términos como el trabajo o la riqueza: necesitamos salir de la dictadura del PIB, utilizar otros indicadores de riqueza que tengan en cuenta todas las riquezas sociales y ecológicas, y preguntarnos ¿por qué, para qué y cómo producimos y trabajamos? Tenemos que apostar también por una relocalización de la producción y del consumo (grupos o cooperativas de consumo, sistemas de trueque, monedas alternativas, etc.).
Un mundo sostenible es un mundo equitativo, lo que supone un reparto de la riqueza (a través de una renta básica y de una renta máxima), del trabajo (semana laboral de 21 horas) o de los cuidados entre hombres y mujeres. Tenemos que actuar con urgencia para evolucionar hacia nuevos modelos urbanísticos, de movilidad y energéticos como las ciudades en transición, que buscan adaptarse al cambio climático y al fin del petróleo barato. Sin olvidar la cuestión central de la justicia ambiental y de unas relaciones Norte-Sur justas. Un cambio de estas características supone una revolución democrática donde existe una verdadera participación directa de la ciudadanía en la res publica a nivel local y global: eso implica una politización de la sociedad y una civilización de la política.
Nota: Artículo escrito por Desazkundea y publicado en el VI. número del periódico de Bilbogune.
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